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El biohacking deportivo se refiere a la aplicación de métodos científicos, tecnológicos y nutricionales para maximizar el rendimiento fisiológico y cognitivo del atleta. En el ciclismo, esto se ha traducido en nuevas estrategias de entrenamiento, recuperación y suplementación que buscan llevar al cuerpo a su máxima expresión de eficiencia.
Una técnica clave es el entrenamiento en hipoxia intermitente, que simula condiciones de altitud mediante máscaras o cámaras hipobáricas. Este método estimula la producción de eritropoyetina (EPO) endógena, aumentando la cantidad de glóbulos rojos y la capacidad de transporte de oxígeno.
En la nutrición, muchos ciclistas de alto nivel están adoptando la dieta cetogénica cíclica, combinada con estrategias de periodización del carbohidrato para optimizar la flexibilidad metabólica. Esto permite al cuerpo utilizar lípidos como fuente de energía en esfuerzos prolongados, reservando el glucógeno para momentos de máxima intensidad.
En el ámbito de la recuperación, el uso de crioterapia, baños de contraste y cámaras de infrarrojos lejanos ha demostrado reducir la inflamación y acelerar la regeneración muscular. Combinado con tecnología wearable como HRV (variabilidad de la frecuencia cardíaca), los ciclistas pueden monitorear su estado de recuperación en tiempo real.
Los nootrópicos naturales, como la L-teanina, Rhodiola rosea o el bacopa monnieri, están siendo utilizados para mejorar el enfoque mental, la toma de decisiones rápidas y la resistencia a la fatiga cognitiva durante largas competencias.
Este enfoque integral del cuerpo humano como sistema optimizable posiciona al biohacking como la frontera más avanzada en la evolución del ciclismo competitivo y recreativo.